Todos se habían ido a casa y yo me había quedado solo en la oficina. El ordenador se había vuelto a colgar. Toca volver a reiniciarlo. La cuarta vez hoy y ya se había hecho de noche. Un poco antes de las seis como acostumbra en esta época del año. Me disponía a terminar el último informe antes de irme a casa cuando las luces se apagaron. Parecía que no sólo la informática había confabulado para estirar mi jornada laboral.
Entre el silencio que había determinado la ausencia del motor del ordenador y de la radio que tenía puesta de fondo, oí un tintineo tras de mí. Me di la vuelta. Parecía provenir del árbol de Navidad que esa mañana había armado el personal de la oficina. Adornos de colores rojo y blanco en su mayoría, bastoncillos, estrellas fugaces, renos, Santa Claus y también Olentzeros, claro, tapizaban el árbol.
De repente, la electricidad hizo de nuevo acto de presencia e iluminó el cuarto con la única luz, tenue, que había dejado encendida. Sería mi imaginación.
Me disponía a seguir trabajando mientras el motor del ordenador arrancaba con decisión… cuando volvió a apagarse todo. De nuevo silencio y oscuridad. Me agaché para comprobar los enchufes bajo mi mesa cuando escuché de nuevo aquel tintineo. Volví a girarme hacia el árbol de Navidad. Una rama se estaba bamboleando con ligereza. Era una de las ramas donde había un bastoncillo que había desaparecido. Lo sabía porque todos los adornos se habían colocado con una secuencia de precisión alemana. Normal, por otra parte. Estrella, bastoncillo, reno. Y así continuamente. Estos tres elementos componían una de las múltiples filas de adornos que se repetían de arriba a abajo sobre nuestro distinguido pino.
Me acerqué para inspeccionar si podía haberse caído unas filas más abajo pero no había nada. Regresé a trabajar. A intentarlo, al menos. Enchufé, desenchufé y accioné el botón de encendido de la computadora. La máquina parecía revivir con esa especie de rugido tecnológico que, poco a poco, iba cogiendo fuerza. Parecía que, por fin, iba a poder terminar mis cometidos y marcharme a casa. La radio acompañó este despertar con el obligado ‘All I want for christmas is you’. Sin embargo, algo no encajaba. El molesto tintineo que abría la canción era más intenso y continuo de lo que recordaba. “Tintineo. Qué palabra más navideña”, pensé para mis adentros. De repente ese ligero tintineo se convirtió en un estruendo que sepultaba la almibarada voz de Mariah Carey. Alarmado, me levanté para apagar el interruptor de la radio. El tintineo desapareció. Me di la vuelta. No era lo único que había desaparecido. El árbol estaba desnudo. No quedaba ni un adorno. Miré al suelo. Un pequeño gorro de duende yacía bajo el árbol. Al fondo, una ventana entreabierta. Aún estábamos a tiempo de adornarlo. Pero necesitaríamos colaboración…
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